DE PRINCESAS Y SAPOS.

Texto extraído del blog "El deseo de la palabra":

Ese día el cazador salió con intención de encontrarla. Llevaba horas buscando por las callejuelas oscuras y estaba seguro de que andaba por allí pero no conseguía oliscar su olor que tan bien conocía. Era el que mejor la conocía, casi diría que era su obra.

La había conocido cuando sólo era una niña, llena de ilusiones y sueños de princesa buena y sacrificada, y él necesitaba tanto que lo cuidasen... La amó a su manera, y ella entendió enseguida que uno no puede dar lo que no ha recibido, y pagó con amor y resignación desprecios y desplantes de todo tipo. La princesa se esforzaba en acunar y amansar su carácter, pero el arraigo que tenía el odio en su corazón era tan fuerte que a veces no podía contenerlo y lo descargaba con quien sabía que siempre lo iba a perdonar, porque lo necesitaba, él era su hombre, lo único que ella tenía, la única persona con la que hablaba y que a veces la abrazaba e incluso le pedía perdón realmente arrepentido cuando la violencia llegaba a extremos que ella no conseguía olvidar. Entonces, realmente arrepentido, se disculpaba en su infancia y todo lo que lo convertía en un monstruo que ella no merecía y la pobre niña llegaba a compadecerse y llorar con él por la vida tan desgraciada que había vivido y se olvidaba de su propia desgraciada vida pagando con ella los pecados de él.

A menudo pensaba en su madre, en sus amigos de la infancia, y sabía que no la habrían abandonado si se hubiese atrevido a pedir ayuda pero ¿qué habría sido de él?, pensaba la desdichada, y no se atrevía ni siquiera a imaginar al desgraciado solo. Así iban pasando los días y un día él volvió con algo que le hizo sentir feliz por un instante, como el primer día que uno prueba los caramelos de niño; ella se sintió envuelta por una nube de paz donde lo irreal era más verdadero que la vida. Las cosas empezaron a ir mejor entre ellos, él ya no se enfadaba tan a menudo y ese caramelo los acercaba y los hacía cómplices.

Hasta entonces él había trabajado pero paulatinamente empezó a faltar y acabó en la calle, se volvió osado y robaba para mantener el vicio y se volvió imprescindible para la princesa que a duras penas conseguía una barra de pan o un litro de leche, su único sustento; la droga era cara y nunca llegaba para la comida. Un día lo pillaron y ella tuvo que ir a visitarlo en prisión, le pidió droga y ella no pudo darle más que el cariño antiguo, un poco dolorido por el mono. Le prometió traerle algo aunque no sabía cómo.

Pasaban las horas y cada vez se sentía peor. Deambulando por las callejuelas del barrio chino encontró a un camello y suplicó hasta que él le propuso un intercambio de lo único que ella poseía y podía darle. Se fue a casa con su tesoro y una firme decisión de guardar la mayoría para compartirla con él en un vis a vis pero se lo fumó todo y al día siguiente salió a buscar más.

Día tras día posponía su cita y así fue recuperando su independencia, cuando consiguió ir a verlo ella era otra, la princesa y su inocencia habían muerto y se había transformado en reina, con el peso de su corona y de su reino, pero dueña al fin de sí misma. Y ni siquiera entonces lo abandonó del todo: le visitó, le escribió, le llevó droga... En la última visita le dijo lo que hacía, él nunca le había preguntado, no quería saberlo e incluso le venía bien que fuese así, pero cuando la escucho contarlo sin sombra de culpa, montó en cólera y la insultó; la humilló por última vez porque ya nunca iba a poseer a la princesa: ésta había muerto y la mujer que allí estaba no tenía intención de tener ningún dueño.

Y el cazador siguió husmeando por el barrio chino sin encontrar ni siquiera el cadáver de su pieza. Su caza se había recuperado de la herida y salía en busca del buen tiempo con otras aves que emigraban hacia el sur...